Iago Moreno nos habla sobre el "pánico moral" contra el drill en España

Beny Jr.

El tema sale una y otra vez a la palestra: ¿Cuál es la relación entre el drill y la violencia de bandas? Iago Moreno, con su nuevo artículo puede que nos ofrezca algo de luz en el asunto. 

Iago Moreno es un joven sociólogo y filósofo español, formado por la Universidad de Cambridge y especializado en fenómenos digitales y cambio social. Entre sus desempeños, escribe artículos sobre música y cultura digital para el diario independiente Vozpópuli

Hace unos días me encontraba con una noticia suya, un artículo de opinión con un título que llamaba a entrar: ¿Debemos prohibir a nuestros hijos escuchar música drill? Desde luego, un cebo para cualquiera interesado en la música rap y en este derivado llegado hasta nosotros principalmente desde Inglaterra y que es el nuevo sonido de moda. 

¿Qué pasa con el drill?

El drill lleva levantando costras desde su popularización en los barrios de Londres, momento en el que combinado con el grime comenzó a crecer. Es un estilo duro y explicito, que encuentra sus raíces en ambientes marginales, de los que se nutre para trasmitir un mensaje de cansancio y rebelión, sazonados con drogas y conflictos. 

En España, como en todos los demás países a los que ha llegado, el drill ha encontrado su propio hueco principalmente en la juventud obrera y migrante, que enfrenta una fuerte discriminación social y institucional. Digno sucesor del gangsta rap, el drill es la vía perfecta para transmitir la violencia, el descontento y los problemas de la juventud. Algo que quitando el sonido, no es nuevo. Ya que como decíamos, el gangsta rap ya incluía estos elementos.

En nuestro país los jóvenes de ascendencia magrebí, constituyen algunos de los principales representantes de este estilo. Ya hablamos hace unas semanas de Morad, su música, y su denuncia en el espacio de Jordi Évole sobre la realidad social que viven los marroquís, una discriminación constante por parte del resto de la sociedad. 

Como bien señala Moreno, la popularización de este estilo ha llevado a artistas consolidados en otros estilos a tontear con el. Nombres como Kidd Keo o Kaidy Cain han hecho sus pinitos en el subgénero. 

La policía, como en muchos otros sitios, relaciona el auge del drill con el auge de los conflictos entre bandas. Todos hemos escuchado hablar sobre los conflictos de bandas latinas en Madrid, que se salvan con suerte con unos pocos heridos tras un buen revuelo. Este punto es importante, ya que aparentemente la música tiene el poder de generar una realidad violenta entre la juventud. 

La realidad tras los pasamontañas

Pero como remarca correctamente Iago señalando su conversación con Ayat, los artistas tras los pasamontañas, una vez se los quitan, no parecen mantener esta actitud marrullera. Por el contrario, ellos mismos reivindican que el objetivo del drill es representar una realidad, no contribuir a ella. Algo que aparentemente ningún cuerpo de policía parece poder contemplar, y que por otro lado es totalmente juicioso. La música suele amoldarse a la sociedad, y no al revés. 

Planteado este problema, Iago Moreno nos presenta en su artículo tan bien hilado como lógico. Se pone en contacto con el politólogo Iker Madrid, el cual le comenta que toda música proveniente de sectores marginales de la sociedad es inicialmente marginada a su vez, ya que choca con los valores predominantes de la sociedad y no encaja en su concepto de "aceptable" ¿Cuál es la diferencia entre esta situación y la generada anteriormente con corrientes como el rock radical vasco?

Esta reflexión alcanza a Moreno a la mitad del artículo ante todo lo descrito, que nosotros compartimos con él ¿Dónde empiezan las verdaderas conexiones y influencias entre el drill y el crimen organizado, y donde acaba la estigmatización social a una música nacida en un ambiente ya estigmatizado de por si?

La diferencia entre defender y retratar es clave en este asunto. Igual la clave no está en la música en sí, si no en lo que hay detrás de ella. Todo lo que Morad ha denunciado en sus últimas apariciones y que le ha valido tantos vítores como abucheos. 

Destaca en los últimos tramos del artículo un punto que señala Moreno, y en el que nosotros no habíamos caído, y es el triunfo del drill fuera de su ambiente de origen. Del (como le llama el) voyeurismo de clase que lleva a un buen sector de cayetanos a consumir esta música cuando socialmente no es muy coherente. 

El legado de la protesta

El autor señala muy acertadamente, que con la inmensa magnitud que ha cobrado el consumo del drill a día de hoy si realmente este fomentase la violencia viviríamos en una sociedad colapsada por los conflictos callejeros. Y no es así. Reclama el atractivo de denuncia social en este subgénero y en su falta de filtros para trasmitirla.

En que en definitivas cuentas, el drill ha tomado ese rol, anteriormente copado por el gangsta rap, o otros estilos musicales, de volverse la música vehicular a través de la cual un montón de jóvenes quieren cantar su descontento, su cansancio, su hastío. 

Jóvenes que en este caso dejando de lado a la comunidad migrante que se ha vuelto protagonista, vive una constante situación de inseguridad y inestabilidad económica. Una precariedad laboral extrema. Y que se ven castigados periódicamente por crisis, pandemias y otros devenires, que no les permiten sacar definitivamente nunca la cabeza del cubo. 

Una juventud que ya no puede más, y que acaba cayendo en x actividades para intentar huir de una situación poco prometedora en la que tampoco encuentran apoyos institucionales o estrategias prometedoras. 

Iago Moreno ha sabido con este artículo expresar perfectamente la esencia de una música que conquista cada día a miles de jóvenes más que se sienten identificados con ella.